La Iniciativa Financiera del Programa de Naciones Unidas para el Medio Ambiente ha publicado un informe sobre los avances en materia climática de las entidades de crédito globales que firmaron el ‘Collective Commitment to Climate Action’ hace algo más de un año.

En su evaluación agregada de esos progresos, UNEP FI valora positivamente la integración cada vez más frecuente de escenarios climáticos científicos en las estrategias de las entidades y la progresiva generalización de las políticas de exclusión, pero admite que la evaluación completa de la alineación de sus carteras y el establecimiento y publicación de objetivos basados en diferentes escenarios climáticos exige un mayor grado de avance.

Precisamente a ese respecto, el influyente Rocky Mountain Institute acaba de publicar un informe (‘Charting the Course to Climate-Aligned Finance’) en el que establece las cinco barreras más comunes que enfrentan las entidades de crédito cuando intentan lograr la alineación climática y alcanza una interesante conclusión: que la contribución de los agentes financieros a la descarbonización debe afrontarse con estrategias sectoriales en lugar de con un marco colectivo, inimaginable cuando uno toma conciencia de la enorme diferencia entre los retos climáticos que afrontan, por ejemplo, los sectores energético o de la aviación.

En paralelo a aportaciones como esta desde los sectores de la divulgación y de la academia, los propios accionistas de las entidades de crédito presionan también a sus organizaciones: el pasado mes de mayo, alrededor del 50% del accionariado de JPMorgan Chase urgió al gigante financiero a clarificar si va a alinearse o no con los objetivos del Acuerdo de París, y un arrollador 99,93% de la propiedad de Barclays respaldó la estrategia climática por la cual la entidad se ha comprometido a reducir a cero sus emisiones en 2050.

A esa presión de las propias juntas de accionistas se suman además voces como la del ambientalista Bill McKibben, que en una reciente tribuna en Financial Times consideraba una huida hacia adelante que los bancos sigan fiando sus compromisos climáticos a un lejano 2050 (“el momento en el que todo ocurrirá”) mientras en California acaba de alcanzarse la temperatura más alta jamás registrada de manera fiable en el planeta.

Este clima favorable a que los agentes financieros abanderen la lucha contra el cambio climático, que sin duda se verá reforzado si Joe Biden reincorpora a Estados Unidos al Acuerdo de París, ya ha conducido a muchos primeros ejecutivos del sector a comprometerse como nunca antes con la descarbonización de la economía.

Quizá uno de sus mayores exponentes hasta la fecha haya sido Michael Corbat, CEO de Citigroup, quien el pasado mes de agosto se posicionó públicamente sobre la necesidad de que los bancos “empiecen a alejarse” de los clientes que no reconocen la necesidad de reducir sus emisiones de carbono, como las industrias del petróleo o el carbón.

Por su parte, los agentes financieros españoles, que ya en 2019 mostraron sensibilidad hacia estas cuestiones con un compromiso colectivo para la acción climática y sometidos a un supervisor igualmente concienciado –como indica la reciente llamada de atención de la subgobernadora del Banco de España sobre que deben las entidades deben medir sus riesgos de transición–, tienen a su servicio documentación como esta guía a cargo de la Frankfurt School y de Afi para acompañarles en el cumplimiento de los Acuerdos de París.

Para contribuir también al Compromiso Colectivo firmado hace un año, desde la Asociación Española de Banca (AEB) y desde CECA se ha puesto en marcha una iniciativa basada en tres ejes. En primer lugar, el desarrollo de una serie de encuentros con los principales proveedores de metodologías con las que evaluar el riesgo derivado del cambio climático, con el doble objetivo de concienciar pero también de ‘alinear’ el grado de conocimiento de todas las entidades españolas. En segundo, el establecimiento de contactos para el intercambio de buenas prácticas con Países Bajos y Alemania, los otros dos países que, como el nuestro, firmaron un acuerdo de sector en lugar de uno entre entidades como el promovido por UNEP FI. Y, por último, la identificación de iniciativas puntuales para demostrar que, mientras superan obstáculos, alinean conocimientos e identifican mejores prácticas, las entidades de crédito españolas ya han avanzado con convicción en el compromiso suscrito durante la COP25.

Esta combinación de la presión de todos sus grupos de interés y de la iniciativa y proactividad del conjunto de los agentes financieros da pie a un escenario en el que ya no puede haber excusas: el compromiso climático fue relevante en el momento de su suscripción, ha seguido siéndolo hasta en un 2020 en que la pandemia ha ejercido una profunda y natural distracción, y es el momento de acelerar el ritmo de adopción de medidas que conviertan al sector financiero en un motor y contribuidor neto a la descarbonización del planeta.