Fruto de la publicación de los resultados de la prueba de resistencia por parte del Banco Central Europeo (BCE) hace tan solo unas semanas, los test de estrés climáticos se han convertido en un tema de máxima tendencia.
Pero ¿en qué consisten y cuál es el fin de estas pruebas? En un artículo para The Conversation, Ryan Riordan explica que el objetivo de estos test es ayudar a las instituciones a identificar posibles riesgos climáticos, así como a definir las mejores soluciones para hacerles frente. Para ello, se reproducen diferentes escenarios climáticos con el fin de simular los efectos de las perturbaciones y su transmisión a la economía y el sistema financiero y poder identificar y dimensionar las vulnerabilidades bajo un enfoque forward-looking. Es decir, se trata de un ejercicio de “¿qué pasaría si…?” en el que se definen todas las opciones posibles que podrían afectar negativamente a los sistemas financieros y, por ende, al bienestar de la sociedad en su conjunto.
En este aspecto, reguladores y supervisores han consensuado la existencia de dos tipos de riesgos que emanan del cambio climático: los riesgos físicos y los riesgos de transición. En referencia a los primeros, se trata de aquellos fenómenos meteorológicos extremos, tales como las inundaciones, las sequías, las tormentas o las olas de calor, entre otros, susceptibles de dañar bienes materiales, interrumpir las cadenas de suministro, aumentar los costes de los seguros o paralizar operaciones, entre otras consecuencias. Respecto a los riesgos de transición, atienden a la probabilidad de enfrentar pérdidas derivadas de los procesos
de ajuste hacia una economía protagonizada por bajas emisiones de carbono y mayor sostenibilidad medioambiental. Por ejemplo, el impacto financiero que puede llegar a tener en una empresa una nueva política gubernamental que apuesta por reducir aún más las emisiones de CO2 o reducir los tiempos planteados para conseguirlo.
Teniendo en cuenta la influencia en alza del cambio climático, los test de estrés se han convertido en una herramienta clave para evaluar la sostenibilidad de las organizaciones, de las inversiones y del propio sistema financiero. Por este motivo, establecer una metodología de soporte para su correcta estimación y análisis es una tarea prioritaria.
Así, el Network for Greening the Financial System (NGFS), agrupación de bancos centrales, publicó en junio de 2020 un documento metodológico que armonizaba los diferentes escenarios climáticos con el objetivo de facilitar paradigmas homogeneizados de referencia. Desde entonces, la red ha ido desarrollando nueva literatura y recursos técnicos que amplían la primigenia y que aporta nuevos datos y cifras que ponen de manifiesto la necesidad de impulsar una transición ordenada hacia una economía neutra en carbono.
Cabe destacar que otros supervisores también han puesto en marcha diferentes ejercicios en la materia. En esta línea, el Banco de Pagos Internacionales (BIS, por sus siglas en inglés) en julio del pasado año publicó un documento que de manera detallada recogía las diferentes iniciativas desarrolladas por los supervisores y que subraya el gran grado de involucración por parte de las autoridades del sector financiero, además del incremento en el número de medidas para exigir una mayor preparación del sector financiero frente al riesgo climático.
Consciente de la necesidad de evaluar el impacto de los riesgos climáticos, teniendo en cuenta que las herramientas tradicionales de gestión de riesgos podrían no ser suficientes, el Banco Central Europeo (BCE) decidió diseñar en 2021 la primera prueba de resistencia climática del conjunto de la economía. En palabras de Luis de Guindos, vicepresidente del BCE, recogidas en esta tribuna, el fin de esta prueba era examinar la resiliencia de las empresas (más de cuatro millones) y los bancos del área euro (1.600) a distintos escenarios pasados siguiendo la metodología del NGFS con el objetivo de ayudar a las autoridades y a las entidades financieras a evaluar el impacto de los riesgos climáticos en los próximos treinta años.
Tras la puesta en marcha de este test, se concluyó -tal y como recoge en su web el BCE– que las empresas y los bancos se benefician claramente de la adopción temprana de políticas ecológicas para fomentar la transición a una economía neutra en carbono. El ejercicio también reveló que el impacto del riesgo climático se concentra en determinadas regiones y sectores de la zona del euro; en particular en las regiones más expuestas al riesgo físico, lo que podría afectar a su solvencia.
En esta línea, a principios de 2022 el BCE puso en marcha un segundo test de estrés en el cual se encuestó a las entidades supervisadas y que se centró en clases específicas de activos expuestas al riesgo climático, en lugar de en el balance general de las entidades, al tiempo que analizó las exposiciones y fuentes de ingresos más vulnerables al riesgo climático, combinando proyecciones tradicionales de pérdidas con nuevas colecciones de datos cualitativos. Este segundo ejercicio concluyó que los bancos de la zona euro sufrirían pérdidas de crédito y de mercado de unos 70.000 millones de euros en tres años si no realizan la transición ordenada hacia la economía verde y se ven afectados por riesgos físicos como inundaciones, sequía y olas de calor. El BCE estima que 53.000 millones de euros corresponderían a pérdidas registradas en el marco del escenario de transición desordenada a corto plazo y los otros 17.000 millones a pérdidas registradas en los escenarios de riesgo físico a corto plazo, como sequías o inundaciones.
Son varios los expertos que han reaccionado a estos resultados y que ponen en relieve otros aspectos a considerar. Es el caso de Martin Arnold, quien destaca en un artículo en Financial Times que, tras los insights obtenidos, se confirma el carácter prioritario de poner el foco y dotar de mayor importancia al ámbito climático en referencia al análisis de riesgos de las propias entidades y de los supervisores. El experto señalaba que, incluso el peor escenario incluido en la prueba de estrés produjo pérdidas que ascienden a menos del 0,2% de la cartera de préstamos de los bancos.
Otro punto de debate se centró en las limitaciones existentes para la puesta en marcha de este tipo de análisis. Así, Julia Symon en un artículo para el medio Euractiv subrayaba que la estimación de pérdidas que arroja el test de estrés genera ciertas dudas dado la larga lista de limitaciones del ejercicio y destaca que el hecho de que los bancos no puedan tener en cuenta con precisión el riesgo climático utilizando sus actuales modelos de riesgo crediticio sugiere lo incipiente del esfuerzo. Esta opinión es común a Andrea Enria, quien según Bloomberg mostró su falta de convencimiento ante la falta de datos al respecto.
Por su parte, Joachim Wuermeling, miembro del Comité Ejecutivo del Bundesbank en Alemania, declaró en el mismo artículo de Bloomberg que esta prueba de resistencia no mostró una alta materialidad en términos generales para los riesgos climáticos y, en su opinión, introducir requisitos generales de capital para respaldar los riesgos climáticos tras la prueba de resistencia, no sería una opción. Punto que comparte FITCH RATINGS, quien en esta pieza indica que ninguna de las pruebas climáticas de supervisión realizadas hasta la fecha se utilizará para fijar los requisitos mínimos de capital del Pilar 1, dados los objetivos de aprendizaje de las pruebas piloto y las limitaciones de los datos y la metodología.
Bien es cierto que, pese a que todavía queda mucho camino por recorrer, los avances en términos de aprendizajes conseguidos en los últimos tiempos son considerables y se debe continuar avanzando para hacer frente a los retos del futuro. Así, los bancos centrales están llamados a incorporar los riesgos climáticos en sus estrategias de política monetaria y en su labor de supervisión y vigilancia de la solvencia de las entidades de crédito.
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