Bajo el título ‘AR6 Synthesis Report: Climate Change 2022’, el último informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (o IPCC, en sus siglas en inglés) es uno de los tres que el órgano creado en 1988 por la Organización Meteorológica Mundial (OMM) y por el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) va a dedicar a cada uno de sus grupos de trabajo, que integran en total 234 científicos de 66 nacionalidades distintas.
En concreto, este documento aborda los avances en la comprensión de las causas y la posible evolución del cambio climático, y le sucederán en el tiempo otro dedicado a los impactos de ese cambio y un tercero sobre las opciones para su mitigación.
De entre los análisis de esta investigación, el realizado por National Geographic apunta sin ambages que, según el IPCC, la crisis climática del planeta está directamente relacionada con la actividad humana, que muchos de los cambios en el planeta derivados de las emisiones de gases de efecto invernadero serán irreversibles durante siglos e incluso durante milenios, y que sus efectos están afectando a todas las regiones del mundo sin excepción.
Mirando al futuro, el informe aventura que el calentamiento global en 1,5º o hasta en 2º grados se sobrepasará durante el siglo XXI a menos que reduzcamos drásticamente las emisiones de CO2 y de otros gases de efecto invernadero en las próximas décadas hasta casi dejarlas en cero.
Pero, más allá de estos rotundos y preocupantes titulares, una de las principales aportaciones de esta investigación a la conversación en torno a la transformación climática es que demuestra el notable incremento e incidencia de sus señales. Es decir, que el calentamiento global está aumentando la frecuencia e intensidad de fenómenos climáticos tan perniciosos como el calor extremo, las olas de calor marinas, las precipitaciones fuertes, las sequías en zonas agrícolas o la reducción del hielo en el Ártico o del permafrost.
Y se calcula que, si se produce un aumento de la temperatura global en 1,5º grados, los eventos climáticos relacionados con el calor extremo que ahora ocurren una vez cada década lo harán cada 2,2 años, y, de media, se situarán 2º grados por encima del promedio, que los eventos de calor extremo que ahora ocurren cada 50 años lo harán cada 6, o que las lluvias torrenciales que se producen una vez por década lo harán cada 6 años y serán un 10% más intensas.
Estos datos arrojan una luz preocupante sobre la recopilación a cargo de CarbonBrief de los fenómenos climáticos extremos registrados en el verano que acabamos de dejar atrás. El artículo distribuye en un mapamundi las tormentas, inundaciones, olas de calor, incendios forestales y sequías que se han producido en todo el mundo durante los últimos meses, y resulta sorprendente su distribución uniforme por todo el planeta de la mano por ejemplo de 50 huracanes, ciclones y tormentas extratropicales, o de registros de temperatura tan alarmantes como los 47,2° grados registrados en Córdoba el pasado 15 de agosto que lo convirtieron en el día más caluroso de la historia de nuestro país.
Adicionalmente a la intensificación de estos fenómenos, hay que considerar también que el efecto acumulativo y multiplicativo del cambio climático nos aproxima a los denominados tipping points (o puntos inflexión): eventos irreversibles a gran escala como la desecación del Amazonas o la desintegración de la Antártida Occidental o de la capa de hielo de Groenlandia.
En un artículo reciente en Bloomberg, el profesor de la Universidad de Nueva York Gernot Wagner se refería a su trabajo con otros tres académicos sobre estos puntos de inflexión y afirmaba que el impacto de los mismos es además altamente incierto, y que, según sus cálculos, pese a que hay escenarios en que su desencadenamiento encarecería el coste social del carbono (SCC) en alrededor de un 25%, existe un 10% de probabilidades de que, en realidad, lo doblen.
Otro apartado de especial valor del estudio del IPCC es el dedicado al recálculo del denominado ‘presupuesto de carbono’. La publicación RealClimate brinda una buena panorámica del mismo, y apunta básicamente a que, si no reducimos las emisiones de gases de efecto invernadero de forma rotunda, rápida y sostenida en el tiempo hasta alcanzar el ‘net-zero’ en 2050, la temperatura global se habrá incrementado en 1,5º grados incluso a las alturas de 2030. Cruzar esa línea roja tan rápido supone la renuncia colectiva a escenarios de crisis climática asumibles, a los que podríamos adaptarnos y que, pese a tener consecuencias, no serían catastróficos ni nos acercarían a la inhabitabilidad del planeta.
Para evitar la materialización de escenarios tan mareantes, nuestro campo de batalla ha de ser sin duda el de las emisiones, que en última instancia tiene que ver con nuestro actual modelo de producción, consumo y transporte.
El periodista Sam Arie es rotundo a este respecto en Financial Times: esto ya no es una preocupación exclusiva del sector energético. Además de alcanzar un suministro de energía limpia, necesitamos una demanda limpia: es decir, reponer todos los activos de la economía, como edificios, calderas o cocinas que se construyeron o que funcionan con combustibles fósiles por nuevos activos que deberán producirse, enviarse y ensamblarse además a través de cadenas de suministro neutras en carbono.
En este contexto, el sector financiero sigue tendiendo su mano para ayudar a cambiar las cosas. En un artículo reciente de la revista Investment & Pensions Europe, varios inversores institucionales coincidían en que el informe del IPCC debe impulsar más acciones. Y las entidades financieras ya están moviéndose de la mano de iniciativas como la Glasgow Financial Alliance for Net Zero (GFANZ), presidida por Mark Carney y a la que se han adherido 160 entidades con activos bajo gestión valorados en 70 billones de dólares. Por su parte, The Insurer se refería recientemente a que las aseguradoras también han tomado buena nota del estudio del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático con una afirmación explícita: que, para el sector asegurador, el cambio climático ya no es una amenaza futura.
En resumen, las evidencias recogidas en el último informe del IPCC son indiscutiblemente contundentes, pero esa rotundidad no debe distraernos sobre lo complejo que resulta proyectar qué ocurrirá en el futuro en una evolución sujeta a tantísimas variables. No obstante, hay que inclinarse por la prudencia ante el efecto sistémico e irreversible de este cambio y pasar a la acción, y ésta ha de venir de la mano de la continuidad en la disminución las emisiones globales de CO2.
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