Parece evidente que, por más quórum que exista sobre la necesidad de un cambio, este, en última instancia, lo hacen posible las personas, y que, por lo tanto, la carencia de determinadas aptitudes puede volver irrealizable hasta la tarea más urgente. Esto es válido para cualquier aspecto de la vida, y también para el esfuerzo colectivo de empresas e instituciones en aras de la sostenibilidad, que, además de determinación y consenso, requiere también del talento adecuado.
En un contexto en que la mayoría de ejecutivos de todo el mundo sitúan al cambio climático como la amenaza más grave para sus negocios durante la próxima década, o en que cada vez más empresas están expuestas a riesgos medioambientales, sociales o de gobernanza, hay sin embargo muchas organizaciones que carecen de talento especializado en el ámbito ESG.
En el mundo de la inversión, un estudio reciente a cargo de Invesco recogido por FT Adviser apunta por ejemplo a que 2 de cada 5 asesores afirman que la falta de conocimiento sigue siendo la mayor barrera para realizar inversiones sostenibles. El 43% considera además un impedimento la jerga excesiva en el ámbito de la inversión sostenible, y el 38% echa en falta literatura suficiente.
Esa carencia de talento ESG también ha provocado también una demanda inédita de analistas, estrategas y otros perfiles con conocimientos sobre temas medioambientales, sociales y de gobierno corporativo por parte de las firmas financieras, de inversión o de servicios profesionales, además de en las miles de compañías obligadas a recopilar y reportar su información no financiera, al punto en que la publicación GreenBiz considera que, simplemente, “no hay suficientes manos”, y que nos encontramos por lo tanto en medio de una guerra por el talento ESG.
Varias big four, por ejemplo, han anunciado planes para crear cientos de miles de nuevos empleos ESG en sus organizaciones que chocan sin embargo con varias barreras. La primera, que las competencias de esos roles ESG han cambiado muy rápido en poco tiempo, pasando de basarse en la mera recopilación y difusión de datos a requerir también visión estratégica. La segunda, que la demanda de estos perfiles se produce en todos los niveles de las organizaciones: desde los ‘entry level’ hasta su alta dirección. Y, en tercer lugar, esta guerra desaforada por el talento ESG está provocando también una inflación salarial considerable.
Nuestro país no es ajeno a esta situación, como acreditan por ejemplo las palabras de Helena Viñes, consejera de la CNMV y rapporteur de la Plataforma Europea sobre Finanzas Sostenibles, en un evento reciente a cargo de El Confidencial sobre que la inversión sostenible representa casi la mitad de mercados de activos en Europa. O este artículo reciente en Funds People a cargo de la periodista Ana Palomares refiriéndose a un informe de la CFA Society precisamente sobre la formación ESG en las empresas, del que emana que el porcentaje de trabajadores que afirman haber recibido formación de este tipo en sus organizaciones ha pasado del 31 al 39% a nivel mundial y del 43 al 49% en Europa entre 2018 y 2020 –un dato alentador por ser ascendente, pero que imparte que más del 50% de los ejecutivos europeos nunca ha sido formado en materia ESG.
Y el problema no afecta solo a los cuadros intermedios o a la alta dirección, sino también a los consejos de administración. A esa conclusión ha llegado por ejemplo un estudio del Stern Center for Sustainable Business de la Universidad de Nueva York del que se ha hecho eco Financial Times. Tras analizar las biografías de los 1.188 integrantes de los consejos de las 100 mayores empresas de Estados Unidos, ha concluido que solo 3 contaban con formación específica en materia ESG –es decir, un 0,2%.
En Europa, entidades como el Banco Central Europea ya están dando pasos para solucionar esa falta de competencia ESG de las juntas de gobierno, como un requisito imprescindible para que las empresas contribuyan a la travesía hacia un mundo más sostenible. Como recoge un artículo reciente a cargo de abogados de la firma Latham & Watkins, el BCE requiere que todas las entidades bajo su supervisión directa realicen una evaluación adecuada de los miembros de su consejo. De los cinco criterios conforme a los cuales la entidad establece qué significa ser apto, uno es el de ‘idoneidad colectiva’, en el que en su guía práctica publicada el pasado mes de junio incluye contar con conocimientos, habilidades y experiencia en el ámbito de los riesgos climáticos y ambientales.
Es el momento, por lo tanto, de formarse en temas medioambientales, sociales y de gobernanza, y, para navegar por la infinidad de cursos y certificaciones disponibles, resultan útiles informaciones como esta a cargo de GreenBiz sobre las 33 certificaciones de sostenibilidad “que necesitas conocer”. Las más populares según publicación son las impartidas por la Global Reporting Initiative (GRI) y las certificaciones LEED (del inglés, Leadership in Energy and Environmental Design), pero cada vez cobran un mayor protagonismo las impartidas desde las universidades.
De entre las certificaciones más destacadas y de mayor actualidad, en todo caso, cabe destacar el Sustainability and Climate Risk Certificate de la Global Association of Risk Professionals (GARP); el Certificate in ESG Investing del CFA Institute; la certificación como ESG Analyst de la EFFAS (European Federation of Financial Analysts Societies); o los títulos a cargo de la PRI Academy.
Existe en definitiva una demanda evidente y una amplia oferta, de modo que ningún profesional del ámbito financiero tiene excusas –y sí en cambio un considerable incentivo– para formarse y contribuir a reducir un gap educativo que constituye seguramente una de las mayores barreras, y sin embargo también una de las más invisibles, para conducirnos colectivamente como sociedad hacia una actividad económica más sostenible y hacia la neutralidad en carbono.
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