En la actualidad, el interés redoblado y la toma de conciencia colectiva sobre la necesidad de un abastecimiento energético más sostenible ha vuelto a popularizar al hidrógeno como la gran esperanza con la que acelerar la transición hacia la neutralidad de carbono.
En ese contexto, no dejan de proliferar las referencias no solo al hidrógeno a secas, sino a los hidrógenos marrón, gris, azul y verde, en función de si se originan a partir del carbón, el gas natural, los hidrocarburos con CCS añadido o las fuentes renovables, como explica de forma pedagógica Enrique Dans.
Por eso en esta edición de los Textos con Sentido de Finresp queremos pulsar en qué punto se encuentra realmente la generación de energía a partir del primer elemento de la tabla periódica.
A tal efecto, existen pocas panorámicas tan valiosas como la que brinda el experto en sostenibilidad y finanzas Michael Liebreich en una serie reciente de dos artículos para Bloomberg que analiza el hidrógeno desde el punto de vista de la oferta y la demanda.
Para Liebreich, el hidrógeno presenta evidentes ventajas, como la posibilidad de producir energía o calor en cualquier lugar con acceso a electricidad y agua, que pueda producirse, almacenarse, transportarse y utilizarse de forma no contaminante y sin emitir CO2, o el hecho de que transporte tres veces más energía por unidad de peso que combustibles como el diésel. Pero también desventajas, empezando por el hecho de que requiere energía para separarse, de modo que es dependiente de otras fuentes, la complejidad para su almacenamiento en términos de presión atmosférica y refrigeración, o su carácter altamente explosivo.
Estos contrastes explican su zigzagueante popularidad desde la década de 1970, si bien es indiscutible que esta ha ido en aumento de forma ininterrumpida desde la publicación en 2002 del libro ‘La economía del hidrógeno’, del economista estadounidense Jeremy Rifkin.
Al cabo de esa escalada de popularidad y gracias también a los avances tecnológicos, hoy el Green Deal europeo se sustenta por ejemplo, entre otros documentos, en una estrategia del hidrógeno que prevé aumentar la generación a partir de electrólisis en la demarcación de los actuales 60MW a 6GW en 2024 y a 40GW en 2030 –un objetivo ambicioso que requerirá, según la UE, una inversión de entre 24.000 y 42.000 millones de euros.
Liebreich alerta sin embargo de lo poco competitivo que resulta todavía el hidrógeno en costes en comparación a las renovables más baratas y de alta capacidad, y de que su adopción generalizada no será además ni rápida ni inmediata. Sin embargo, si se producen avances sustanciales en la eficiencia de su generación, almacenamiento y transporte, sí podría ser una fuente relevante en ámbitos como los de la industria química, la del acero o para el propio sector energético. En esa dirección apuntan por ejemplo los avances en materia de amoníaco verde, producido a partir de hidrógeno verde y que no solo no genera CO2 en el momento de su combustión, sino que permite un transporte y almacenamiento en condiciones menos extremas.
En contraste con la visión de Liebreich, la Agencia Internacional de la Energía (IEA) ha publicado recientemente un informe sobre el futuro del hidrógeno más optimista y elogioso que augura que este realizará una contribución significativa a la transición energética cuando lo adopten industrias en las que hoy está prácticamente ausente, como la del transporte o la edificación.
Según la IEA, en la actualidad existen alrededor de 50 iniciativas gubernamentales en países de todo el mundo de apoyo directo al hidrógeno, si bien el gasto público en I+D relacionada con el mismo es hoy inferior a la de 2008. La demanda de hidrógeno, por su parte, es hoy tres veces mayor a la de 1975, y, en la actualidad, el 6% del gas natural y el 2% del carbón mundial se destinan a su producción.
Estos y otros datos alientan la aspiración de la agencia de que el hidrógeno tenga un papel clave en un futuro energético limpio, seguro y asequible, pero la propia IEA reconoce que ha habido ya varios ‘comienzos en falso’ para esta energía en el pasado, y que deberíamos empezar por impulsarla en industrias específicas antes de promover su uso generalizado.
En esa dirección apunta precisamente esta otra investigación a cargo de McKinsey, que se centra exclusivamente en el uso del hidrógeno para propulsar motores de combustión, en especial para el transporte pesado. La consultora compara cuatro tecnologías ‘cero emisiones’ –los combustibles sintéticos, las baterías eléctricas y los motores y baterías basadas en el hidrógeno–, y concluye que estas dos últimas son todavía incipientes, pero que podrían cubrir un nicho importante aprovechando tecnologías y cadenas de suministro preexistentes.
Bloomberg alcanza una conclusión parecida en este artículo, que apunta a las limitaciones de las baterías para que los vehículos pesados recorran grandes distancias y a que el uso de hidrógeno brindaría en cambio una mayor autonomía y podría ser comercialmente viable en 2030, según un estudio respaldado por el gobierno australiano.
No cabe duda por lo tanto de que el hidrógeno está llamado a tener un papel protagonista en la transición energética, y que nuestro país quiere ser un contribuidor neto a esa revolución. Así lo acredita la Hoja de Ruta del Hidrógeno del Ministerio para la Transición Ecológica y el Reto Demográfico, que aspira a que nuestro país produzca el 10% del hidrógeno verde de la UE. O los planes anunciados recientemente para establecer en Puertollano la mayor fábrica de hidrógeno verde de Europa, que prevé entrar en operación este mismo año mediante una inversión de 150 millones de euros.
Pero este momentum no debe distraernos sobre que, en la actualidad, el 95% de los 120 millones de toneladas de hidrógeno que se producen en el planeta se generan a partir de combustibles fósiles, o sobre que su uso está muy localizado en el refino de petróleo (gris) y la fabricación de fertilizantes, como apunta la periodista María Fernández en El País. Por lo tanto, ha de hacerse extensivo todavía a muchas más industrias y actividades y que existe también un largo camino a recorrer en materia de distribución o de costes de generación.
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