Si bien en los últimos años muchas instituciones financieras han explicitado su compromiso con la descarbonización dejando de invertir o deshaciendo posiciones en empresas de sectores altamente contaminantes, la cara oculta de esas declaraciones de principios tan efectistas es que, a menudo, otros inversores menos escrupulosos han ocupado su lugar en sus accionariados.

Esa dinámica de mercado está haciendo ganar enteros a un enfoque alternativo, en que, en lugar de desinvertir, esas instituciones están ejerciendo una mayor influencia sobre las empresas más contaminantes de sus carteras mediante una labor más activa de engagement.

Rob Berridge, director de Ceres –una organización sin ánimo de lucro que colabora con inversores institucionales para poner la sostenibilidad en la agenda de sus participadas–, apuntaba recientemente en un extenso artículo en GreenBiz que esa influencia está consiguiendo que cada vez más empresas reporten sus riesgos materiales relacionados con el clima o compartan sus planes para llegar a ser ‘net zero’.

A título de ejemplo, en la ‘proxy season’ de 2020 en Estados Unidos, las propuestas de accionistas relacionadas con cuestiones medioambientales recibieron un soporte récord, con un porcentaje de aprobación del 30,8% –más de cuatro puntos por encima del de 2019. Pero además, en muchos casos, estas propuestas condujeron a las empresas a la acción por otras vías; en concreto, de las 141 analizadas por Ceres el año pasado, 57 fueron finalmente retiradas tras la asunción de un compromiso firme por parte de las propias compañías de incorporarlas a su gestión.

Berridge menciona asimismo en su artículo a Climate Action 100+, la mayor iniciativa a nivel mundial para fomentar el engagement de los inversores en cuestiones relacionadas con el cambio climático, que actualmente integra a 545 inversores institucionales con 52.000.000 millones de activos bajo gestión y que incluye por ejemplo a BlackRock o a State Street Global Advisors.

Su efectividad ha quedado acreditada en su informe de progreso en 2020, que señala por ejemplo que, de las 160 empresas a las que se dirige la iniciativa –responsables del 80% de las emisiones industriales a nivel global–, Climate Action 100+ ya ha conseguido que el 43% fije objetivos ‘net zero’.

El momentum del engagement accionarial en temas medioambientales ha quedado acreditado también a propósito de la petrolera estadounidense Exxon.

Como explican los académicos Robert G. Eccles y Colin Mayer en este artículo en el Harvard Business Review, el intento del hedge fund activista Engine No. 1 de promover la estrategia ‘Reenergize Exxon’ pese a ostentar una participación muy pequeña en el capital de la compañía puede sentar un interesantísimo precedente de un activista que, en vez de caer en el tópico de perseguir solo el beneficio a corto plazo, ejerza un papel instrumental para que una gran multinacional oriente su crecimiento en una dirección más verde.

Engine No. 1 no basa además su argumentación en que Exxon es irresponsable en su enfoque del cambio climático, sino en las consecuencias financieras de ese enfoque, y ha realizado al respecto recomendaciones asumibles, como la renovación del Consejo de la petrolera mediante la incorporación de cuatro nuevos independientes: una estrategia que ya le ha granjeado el soporte del California State Teachers’ Retirement System (CalSTRS) –el segundo mayor fondo de pensiones de Estados Unidos y el propietario de 300 millones de dólares en acciones de Exxon.

Y si el caso de Engine No. 1 y Exxon acredita el papel de los pequeños activistas en esa labor de engagement, otra investigación reciente demuestra que los grandes inversores institucionales también están dispuestos y comprometidos a jugar un papel clave en la descarbonización de sus carteras.

Según un estudio recogido en la publicación académica Promarket, vinculada a la Universidad de Chicago, cuanto más grande es la participación de los inversores estadounidenses referidos a menudo como los ‘Big Three’ (BlackRock, Vanguard y State Street Global Advisors), mayor es el compromiso de la compañía con la reducción de sus emisiones de carbono.

En paralelo, un reciente pronunciamiento del Investor Forum –un grupo muy influyente de inversores, que posee un tercio de las acciones de las empresas del índice FTSE y del que forman parte BlackRock, Standard Life Aberdeen, Fidelity y Schroders–, ha ido todavía más lejos y pedido al gobierno británico que inicie consultas para volver obligatorias las votaciones en las juntas generales en que los accionistas evalúen la respuesta de las compañías al cambio climático.

Este tipo de votos, de los que ha sido pionera precisamente una compañía española –Aena, la primera del mundo en someter su Plan Climático a la votación de sus accionistas–, seguirán seguro una senda ascendente, pero, a la espera de ver si acaban volviéndose obligatorios, no cabe duda de que el sistema financiero ya ha asumido un papel protagonista en el acompañamiento, asesoramiento y financiación de los esfuerzos de sus carteras para acometer su transición verde.