La necesidad de los gestores de activos de contar con información ambiental, social y de gobierno corporativo de sus carteras se ha disparado en los últimos años a medida que lo ha hecho también el interés en la inversión sostenible. No en vano, a mediados de este año, los activos globales bajo gestión que consideraban aspectos ESG en sus estrategias de inversión ascendían a 40.000 billones de dólares.

En ese contexto, BlackRock, la mayor gestora del mundo, publicó una carta el pasado mes de octubre en que instaba a reemplazar la actual ‘sopa de letras’ de estándares con los que las empresas miden sus esfuerzos en aras de la sostenibilidad por un marco de trabajo reconocido y homogéneo, porque, de lo contrario, “se producen esfuerzos duplicados y una carencia de datos consistentes y comparables”.

Ese toque de atención de BlackRock se produce precisamente en un momento en el que se superponen varias iniciativas encaminadas precisamente a lograr esa homogeneidad.

La preferida de la gestora encabezada por Larry Fink parece ser la que está desarrollando la International Financial Reporting Standards Foundation (IFRS), que el mes pasado emitió un paper en el que proponía establecer una junta de estándares de sostenibilidad y trabajar con varias de iniciativas preexistentes. Dicha propuesta plantea priorizar la identificación de los riesgos del cambio climático, basada en las recomendaciones del TCFD, y el reconocimiento de la importancia de considerar los riesgos de sostenibilidad específicos a nivel de sector.

Por su lado, CDP, otra organización sin ánimo de lucro que brinda un sistema de divulgación global de impactos ambientales para inversores, empresas, ciudades, estados y regiones, también anunció en septiembre la unión de cinco entidades con enfoques y misiones coincidentes –la propia CDP, el Climate Disclosure Standards Board (CDSB), la Global Reporting Initiative (GRI), el International Integrated Reporting Council (IIRC) y el Sustainability Accounting Standards Board (SASB)– para trabajar en aras de un reporting corporativo exhaustivo, que considerase las dimensiones financiera y no financiera de las empresas y con el informe integrado como elemento central. Bajo la premisa de creación de valor empresarial con arreglo a los principios contables, las cinco entidades han iniciado esfuerzos para conectar los estándares de divulgación de sostenibilidad.

Este segundo proyecto ha sido respaldado hasta ahora por la International Organisation of Securities Commissions (IOSCO), que aglutina a reguladores bursátiles de más de 100 países y que, de nuevo, ha puesto énfasis en la necesidad de convergencia en el reporting ESG.

Y, en tercer lugar, y de nuevo en un mes de septiembre prolijo en avances en la medición y reporte de la sostenibilidad, el International Business Council (IBC) del World Economic Forum publicó el informe ‘Midiendo el capitalismo de grupos de interés: hacia unas métricas comunes y un reporting consistente de la creación de valor sostenible’. Desarrollado por un grupo de trabajo que integran las cuatro consultoras ‘big four’, el propio WEF y Bank of America, propone establecer 21 métricas ‘core’, en su mayoría cuantitativas, y 34 métricas adicionales organizadas en cuatro pilares: principios de gobernanza, planeta, personas y prosperidad.

Los esfuerzos por ordenar la ‘sopa de letras’ denunciada por BlackRock corren el riesgo por lo tanto de volverla todavía más confusa: un temor compartido en un reciente foro a cargo de Bloomberg por Erik Thedéen, presidente del grupo de trabajo sobre finanzas sostenibles de IOSCO y Director General de la Autoridad de Supervisión Financiera de Suecia, quien apuntaba que, a medida que el cambio climático generaliza los eventos climáticos extremos, “la falta de uniformidad vuelve casi imposible para las empresas realizar un análisis financiero preciso de sus activos ESG con el que proporcionar a los inversores la información adecuada para comprender mejor sus riesgos”.

Thedéen identificó además en su ponencia algunas de las barreras que nos separan de la solución al problema, incluidos el denominado greenwashing, un ecosistema fragmentado de marcos y estándares de sostenibilidad a veces contradictorios, y los problemas relacionados con la gestión de riesgos materiales vinculados a factores ESG.

En este contexto tan complejo, la Unión Europea está convirtiéndose en el mayor promotor de estándares ESG para las finanzas globales de la mano de su taxonomía, ya que cualquier grupo global con exposición en Europa debe cumplir con sus reglas.

Este liderazgo europeo, parecido al que la demarcación ya desempeñó hace unos años en el ámbito de la regulación de la privacidad, es encomiable pero a la vez plantea algunas complejidades, como explicaba recientemente la periodista Gillian Tett en la sección ‘Moral Money’ de Financial Times.

Según Tett, la maniquea clasificación de activos que propone la taxonomía europea, en que estos solo pueden ser ‘verdes’ o ‘marrones’, choca con una realidad en que los esfuerzos de muchas compañías por ser más sostenibles hacen que algunos de sus activos tengan más bien un tono diferente.

En definitiva, el ámbito del reporting de sostenibilidad de las empresas está cambiando rápidamente y estas deben conocer la dirección de la transición en curso. La preponderancia de la divulgación sobre los riesgos y oportunidades vinculadas al ámbito climático sugiere que, por ahora, ese primer ámbito será el que se aclarar antes de la mano de las recomendaciones del TCFD, que además empiezan a ser obligatorias en algunos países. Pero queda por ver sin embargo si esto conducirá o no, en última instancia, a una homogeneización similar de los estándares globales de información ESG.