La emisión de bonos verdes –es decir, de instrumentos de deuda cuyos ingresos financian proyectos con diversos beneficios ambientales– se ha disparado en los últimos años. Si en 2012 se emitieron en todo el mundo bonos de este tipo por valor de 4.100 millones de dólares, el año pasado esa cifra fue de 274.200 millones y representó alrededor del 3,5% de la emisión total de bonos a nivel mundial. Y, pese a la complejidad inherente a 2020, en que muchos emisores han optado por lanzar bonos sociales para combatir la pandemia, antes del verano ya se habían emitido 137.500 millones.

Pero los avances más relevantes en materia de bonos verdes en los últimos meses no han tenido que ver con sus volúmenes, sino con la progresiva sofisticación de estos vehículos y con la generalización de su uso por parte de países.

Una de esas innovaciones, de la que se han hecho eco cabeceras como Financial Times o Bloomberg, viene de la mano del gobierno danés. Para sortear el riesgo de que los bonos verdes afecten al tamaño o a la liquidez de su mercado de deuda soberana, Dinamarca prevé dividir sus bonos verdes en un bono soberano convencional y un certificado verde, que se venderán juntos en ‘subastas verdes’ pero que luego podrán negociarse por separado.

En paralelo a esa innovación, Alemania ha sido la adición más reciente a la nómina de países que apuestan por los bonos verdes. Durante el verano, su gobierno anunció su primer bono de este tipo bajo la fórmula del bono gemelo, en que se emite simultáneamente un bono federal y uno verde, intercambiables y con el mismo vencimiento y cupón­. Hace solo unos días, los inversores hicieron cola para comprar ese primer bono verde alemán, con ofertas por valor de 33.000 millones de euros para una emisión de 6.000 millones de deuda a 10 años: una operación histórica para el desarrollo del mercado de bonos verdes en Europa.

La Unión Europea también ha iniciado su apuesta por los bonos verdes: a finales de agosto, Bloomberg apuntaba a que preveía recurrir a este instrumento para financiar parte de su fondo de recuperación de 750.000 millones de euros. Esta medida podría convertir a la UE en el mayor emisor de bonos verdes del mundo, en tanto que, según S&P Global Ratings, sus ventas totales podrían alcanzar los 265.000 millones de euros: una cantidad similar a la de todos los bonos verdes emitidos en 2019.

Por su parte, Christine Lagarde, presidenta del Banco Central Europeo, anunció hace solo unos días que la entidad, que ya cuenta con experiencia en la compra de bonos verdes, aceptará además los denominados sustainable-linked bonds –es decir, bonos ligados al comportamiento sostenible de la entidad emisora– como colateral, de modo que las entidades financieras con este tipo de activos en sus balances podrán presentarlos como garantía para obtener liquidez. La medida, que empezará a aplicarse en 2021, aspira a la vez a ser un estímulo monetario y a impulsar la apuesta del BCE por la sostenibilidad.

En nuestro país, el sector privado o empresas públicas como ICO y Adif ya han apostado por los bonos verdes, y, en diciembre del año pasado, con ocasión de la COP25, Nadia Calviño apuntó a que el Tesoro lanzaría una primera emisión de este tipo en 2020. Para ello, precisó que se desarrollaría una taxonomía con la que evitar el eco-blanqueo, si bien desde entonces no se han producido avances por la irrupción del COVID-19 en nuestras vidas.

Los bonos verdes en cualquier caso gozan de buena salud en España, como apunta OFISO, el Observatorio español de la financiación sostenible, en su encomiable informe anual de 2019. Del mismo se extrae, por ejemplo, que la financiación sostenible ha multiplicado por 18 su volumen en nuestro país desde 2014. Y, en concreto, que la emisión de bonos verdes, sociales y sostenibles ha experimentado un crecimiento de más de un 760% desde entonces.

Pero, en contraste con todos estos hitos, que apuntan a que el mercado de bonos verdes va a seguir creciendo y desarrollándose, también hay voces que ponen de relieve algunos de sus retos.

Andrés Alonso, economista senior del Banco de España, publicó el pasado mes de junio el documento ‘Los emisores soberanos ante la revolución sostenible’, que alcanza dos conclusiones: el papel central de los emisores soberanas para la movilización de recursos con los que financiar la consecución de los ODS, y la especial relevancia en ese contexto de los bonos verdes, que describe como “el instrumento pionero” destinado a canalizar esos recursos.

Alonso señala sin embargo que en los últimos años han aparecido estructuras más eficientes para lograr la escalabilidad y consolidación de los bonos verdes, como los certificados verdes o los bonos gemelos. Gracias a esas y otras innovaciones financieras, los gestores de inversión responsable podrán conocer por fin el verdadero nivel de cumplimiento de los compromisos climáticos nacionales y de separarlo del nivel de riesgo de crédito de cada país: algo que el actual ‘greenium’ no nos permite todavía.

Por su parte, el BIS, la organización internacional al servicio de los Bancos Centrales dedicada a estimular la cooperación monetaria y financiera a nivel mundial, afirmaba recientemente que existen signos evidentes de que las actuales etiquetas para los bonos verdes no garantizan que sus emisores tengan una intensidad de carbono menor o decreciente. La entidad instaba a las empresas de calificación a desarrollar nuevos ratings que complementen a esos sistemas de etiquetado preexistentes, como vía para brindar incentivos adicionales a los grandes emisores de carbono para embarcarse con mayor intensidad en la lucha contra el cambio climático.

A estas llamadas de atención y recomendaciones desde el Banco de España y el BIS cabe sumar otros dos retos en el horizonte. En primer lugar, que cada vez están generalizándose más los bonos sostenibles, que además de aspectos ambientales consideran también otros sociales y éticos, y que resultan instrumentos todavía más complejos en términos de medición y accountability. Y, en segundo, que, con independencia del color de los bonos, la deuda global sigue expandiéndose, y que debemos tomar consciencia de que esa tendencia nos conduce a una situación insostenible.